viernes, 28 de mayo de 2010

HISTORIAS DE DOS GUITARRAS

Año 1917, calle San Luis 3186 en el barrio porteño denominado “del Abasto”, pro su proximidad con el tradicional mercado de la zona. En el nombrado sitio, existía una casa de inquilinatos que ocupaban más de veinte grupos familiares, en su mayoría inmigrantes europeos, en una rara mezcla con ciudadanos criollos. En esa época, habitaba en la penúltima pieza de la edificación, y frente a un amplio patio un matrimonio compuesto por don Tomás Espinosa, uruguayo de nacimiento, y su esposa Consuelo Rigueiro de origen español. Transcurría el 26 de septiembre del año mencionado. En ese mes recibieron la alegría del nacimiento de una hermosa nena, que fue bautizada con el nombre de Celina. Desafortunadamente, la perdieron a los once días de celebrar su natalicio, a causa de haber sufrido una cruel y devastadora enfermedad: bronconeumonía. Una afección que la casi nula medicina de ese tiempo no pudo superar. Faltaban medicamentos para atacar debidamente y con éxito el terrible virus…

Pasaron solamente dos años cuando a la pareja les nació un varoncito, quizás para aliviar, en cierto modo, la angustia que ambos sobrellevaban. Sin embargo, la felicidad duraría muy poco; tres años más tarde sufrirían la acción negativa de la fatalidad que parecía perseguirlos. El nene fue atacado por idéntica patología que había terminado con al vida de su pequeña hermanita, otra vez, el caso era grave.

El facultativo que atendió el mal, dio un diagnóstico pesimista, desesperanzado, y como en la situación anterior, auguraba el mismo final. A pesar de ello, sus progenitores no perdieron en ningún momento, la fe y esperanzas por la salvación del pequeño. Don Tomás prometía constantemente, que si su hijo lograba zafar de la difícil situación, mediante la resistencia probable de su organismo, realizaría una gran fiesta en su lugar de residencia, donde participarían todos sus habitantes.

Como muchos otros, concurría habitualmente al Café-Bar llamado “CHANTA CUATRO” ubicado en la calle Guardia Vieja, de su mismo barrio. Allí, frecuentemente, hacía su presencia el famoso CARLOS GARDEL, el “Morocho del Abasto”. También lo acompañaban su guitarrista José Ricardo, y el cantor José Razzano. En la efectuada promesa, estaba incluida la idea de solicitar la concurrencia al agasajo, de Gardel y sus amigos, tarea que cumplió con una respuesta afirmativa., de parte de los lustres invitados que aceptaron, y al mismo tiempo agradecieron el gesto. Fue notoria la alegría de Gardel cuando se enteró que el matrimonio Espinosa había contraído enlace en la Parroquia de San Carlos en 1914, en cuyo colegio él cursara sus estudios. También allí la criatura, uno de los protagonista de esta narración, era bautizada en 1919.

Pasó el tiempo, llegaba la enfermedad del pibe en aquel agosto del año 1922. La fiebre en aquellos momentos se mantenía muy alta y constante durante varios días dando lugar a presagios poco alentadores, pero de pronto, inesperadamente, como si fuera un milagro, la fiebre desoladora comenzó a caer. Los médicos no encontraban una explicación adecuada al caso, que había sucedido sin la ayuda de medicación alguna, ni la intervención de nadie, o quizás sí… dios Todopoderoso, solamente Él.

Luego del estado febril, la temperatura corporal del chico, estuvo en una semana, en los niveles normales, llegando finalmente la ansiada alta médica, ante la alegría de sus padres y de todos sus amigos y vecinos. Era realmente un milagro.

Pasaron algunos días, y de acuerdo a sus deseos, el dichoso padre juntando todos sus ahorros financió la gran celebración prometida, realizándose la misa en ese gran patio de la casa de la nombrada calle San Luis. Un inquilino (don Rafael) de oficio carpintero, construyó para esa fecha una mesa de roble (que aún se conserva intacta). Luego, junto a otras, unidas entre sí por los habitantes del inquilinato, se formó una especie de extensa tabla donde se sirvió una exquisita cena, preparada cuidadosamente por las mujeres más expertas en cocina ocupantes de ese lugar.

La emotiva reunión comenzó alrededor de las diez de la noche, cuando llegaron Gardel y sus dos acompañantes; José Razzano y José Ricardo. Como es de imaginar, el recibimiento que tuvieron de parte de todos los presentes, (que eran numerosos y de muy variada edad), fue realmente colosal, inolvidables, según comentaban para la posteridad, los papás del nene y quienes habían concurrido a la citada fiesta…

La velada transcurrió animadamente, donde se advertía una sana alegría; chistes, bromas, anécdotas, y también amenas conversaciones, fueron oídas en aquella noche tan especial, y mientras los mayores participantes de aquella reunión, los hijos de esas familias, jugaban en un sector del amplio patio, junto al nene agasajado que disfrutaba de ese momento feliz, ya lejos de las difíciles jornadas que le tocó vivir. Con sus escasos tres años de edad no podía comprender nada de lo ocurrido…

Después de los postres, pasada la medianoche, y como era de esperar, todos los presentes solicitaron con evidente entusiasmo la actuación del “Morocho del Abasto” y sus ilustres amigos. Gardel traía una guitarra que utilizaba para el acompañamiento de sus canciones, pero solamente ejecutaba el “punteo”, luego continuaban sus guitarristas, esa era su costumbre. Razzano llevó su “viola”, mientras que el “negro” Ricardo optó por una perteneciente al padre del menor homenajeado.

Testigos de aquel acontecimiento recordaban con nostalgia las interpretaciones del “Troesma”: “Como quiere la madre a sus hijos” (vals), “Amanecer” (cifra), “El moro”, “El pangaré”, “Que suerte la del inglés”, “El señuelo” (estilos). Luego un pedido unánime de dos tangos muy famosos y populares en esa época, preferidos y aclamados por toda la población porteña: “Mi noche triste” y “El pañuelito”. Cada interpretación de Carlitos era aplaudida frenéticamente por todos los allí reunidos, aunque algunos inquilinos de esa casa oriundos del viejo continente no entendían de la mejor manera nuestro idioma castellano, y también desconocían totalmente a la música criolla, sin embargo, y a pesar de ese inconveniente, quedaban atrapados por la voz inconfundible de nuestro ídolo, y expresaban su estado de ánimo con aplausos y gritos de aprobación. Fue una elocuente y grata sorpresa para todos.

Los padres del chico con inocultable emoción y alegría, agradecieron a los famosos artistas su participación en tan importante acontecimiento. Antes de retirarse de aquella inolvidable reunión, junto a sus compañeros, nuestro inigualable cantor hizo entrega al muy feliz papá, organizador del festejo, de la guitarra que había acompañado a sus canciones. Transcurría el 14 de octubre de 1922. El pibe mencionado en esta historia, vive aún con muchos años, es el que suscribe la presente nota. El instrumento musical del “Zorzal criollo” es actualmente patrimonio de su familia…

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