miércoles, 17 de agosto de 2011
Tragedia y Misterio en el Castillo (XX)
Gabriela, Giulietta y Antonina, tías de Lucia
Jose D’Olivi nacido en la ciudad de Salerno, padre de Vittoria (1868), Gabriela (1869), Giulietta (1872) y Antonina (1874), era un pequeño comerciante del rubro textil que recorría diversas ciudades de Italia para efectuar la venta de sus productos que él mismo manufacturaba. Esa tarea le rendía lo suficiente para mantener su hogar. Vittoria, su hija mayor, cerca de los 18 años de edad conoció a un joven convecino suyo; Rafael Giordano único hijo de la importante hacendado del lugar, iniciando un felíz romance que dio su dichosa concreción en matrimonio en 1888. De esa amorosa unión nació Lucía, sus padres decidieron partir hacia la Argentina. Las hermanas de Vittoria quedaron en Europa, ninguna de las tres, aparentemente, logró iniciar una relación sentimental para formalizar un noviazgo que finalizara en la realización de un sueño de toda mujer: la creación de un hogar donde siempre estuvieran presentes la felicidad y el mutuo amor.
No ocurrió así, quizás por el mandato del destino y las tres mujeres no dejaron nunca su celibato, ni se atrevieron a viajar a otras latitudes en busca de un eventual porvenir y buenaventuranza. Pasaron los años, la comunicación con sus familiares de Buenos Aires era constante: cartas, telegramas, llamados telefónicos, fotos, etc. Cuando su sobrina comenzó en 1909 el idilio amoroso con el joven Ángel Lemos y ya se vislumbraba un próximo enlace, las tías de Lucía Giordano tomaron la decisión de viajar a la Argentina para radicarse definitivamente en nuestro país. Llegaron a Puerto Nuevo en el mes de enero de 1910, año del Centenario y del famoso cometa “Halley” que era la preocupación mundial. Ya don Rafael Giordano les había adquirido una hermosa casa a su nombre en la calle Belgrano casi esq. Lima. En un principio la adaptación a nuevas costumbres y al idioma castellano, fue bastante difícil. No era sencillo acostumbrarse a otras modalidades utilizadas por la gene que trataban a diario, pero con el transcurrir del tiempo, tal vez con cierta lentitud, se integraron totalmente a la vida de la gran urbe porteña. Eliminado el problema idiomático (la primera gran dificultad), lo demás tuvo rápida solución para alegría de todos. La integración fue promisoria, las tres hermanas comenzaron a concurrir en compañía de su familia a paseos, fiestas, reuniones en clubes sociales, viajes de turismo.
En el campo de aviación de “Villa Lugano”
Transcurrían las épocas iniciales de nuestra aviación, emprendedores y visionarios argentinos querían emular la tarea heroica de ciudadanos de otros países: Wright, Zeppelin, Santos Dumont y muchos más, que se propusieron firmemente “volar como los pájaros”. A veces fueron objeto de burlas por todos aquellos que consideraban imposible “conquistar el aire”. Los muchachos criollos de entonces deseando afirmar esa inquietud de manejar esos instrumentos de vuelo, empezaron por informarse y aprender todos sus secretos. En ese campo de aviación de “Villa Lugano” hacían sus prácticas el inolvidable Jorge Newbery, Florencio Parravicini gran actor de cine y teatro y un apasionado por los deportes mecánicos. El teniente Manuel Félix Origone y otros. Don Rafael Giordano, su esposa, su hija, sus cuñadas y la familia de don Manuel Lemos concurrían con bastante frecuencia a los ensayos de vuelo que se hacían en el citado aeródromo, disfrutando de un muy agradable espectáculo. Corría el año 1910.
Las hermanas de Vittoria, y la boda de Lucia
Se acercaba el día de la unión en matrimonio de Lucía Giordano y Ángel Lemos, Antonina, Giulietta y Gabriela D’Olivi tías de la novia, se dieron a la tarea de organizar debidamente y supervisar todos los detalles importantes o no, relacionados con la fiesta que se avecinaba. Si bien los padres de ambos jóvenes tenían ya todo perfectamente planificado, el desempeño de las hermanas de Vittoria en esas circunstancias podría ser valioso y lo fue. Gran parte del éxito obtenido en el memorable festejo indiscutiblemente fue obra de las tres hermanas D’Olivi. Desafortunadamente, un epílogo trágico fue el triste corolario del esfuerzo, el amor ya indestructible unión de dos familias que lloraron juntas el lamentable episodio ocurrido en aquel nefasto día, 2 de abril de 1911, que tanto dolor y luto trajo a esas familias cristianas.
Pasó cierto tiempo, y las hermanas de Vittoria tras su profunda pena, decidieron abandonar el país para siempre, regresando a su pueblo natal a Salerno en suelo italiano. El apenado viaje se concretó el viernes 17 de noviembre de ese año. La historia guarda un especial recuerdo por estas abnegadas mujeres, para que las páginas de la posteridad sigan su camino infinito del más allá, que se esconde ignorado en el silencio de las almas buenas.
Por el mismo motivo los acongojados padres de Lucía, que no pudieron soportar la gran angustia de su desaparición junto a la de su joven esposo, también acordaron partir hacia el lejano continente europeo, al nunca olvidado lugar donde habían nacido, en busca de una ansiada paz y un reconfortante consuelo para sus agobiados espíritus. Jamás superarían el duro trance vivido, y ellos lo sabían. En esas circunstancias difíciles solo albergaban un prioritario anhelo, un poco de alivio para sus grandes pesares.
Jose D’Olivi nacido en la ciudad de Salerno, padre de Vittoria (1868), Gabriela (1869), Giulietta (1872) y Antonina (1874), era un pequeño comerciante del rubro textil que recorría diversas ciudades de Italia para efectuar la venta de sus productos que él mismo manufacturaba. Esa tarea le rendía lo suficiente para mantener su hogar. Vittoria, su hija mayor, cerca de los 18 años de edad conoció a un joven convecino suyo; Rafael Giordano único hijo de la importante hacendado del lugar, iniciando un felíz romance que dio su dichosa concreción en matrimonio en 1888. De esa amorosa unión nació Lucía, sus padres decidieron partir hacia la Argentina. Las hermanas de Vittoria quedaron en Europa, ninguna de las tres, aparentemente, logró iniciar una relación sentimental para formalizar un noviazgo que finalizara en la realización de un sueño de toda mujer: la creación de un hogar donde siempre estuvieran presentes la felicidad y el mutuo amor.
No ocurrió así, quizás por el mandato del destino y las tres mujeres no dejaron nunca su celibato, ni se atrevieron a viajar a otras latitudes en busca de un eventual porvenir y buenaventuranza. Pasaron los años, la comunicación con sus familiares de Buenos Aires era constante: cartas, telegramas, llamados telefónicos, fotos, etc. Cuando su sobrina comenzó en 1909 el idilio amoroso con el joven Ángel Lemos y ya se vislumbraba un próximo enlace, las tías de Lucía Giordano tomaron la decisión de viajar a la Argentina para radicarse definitivamente en nuestro país. Llegaron a Puerto Nuevo en el mes de enero de 1910, año del Centenario y del famoso cometa “Halley” que era la preocupación mundial. Ya don Rafael Giordano les había adquirido una hermosa casa a su nombre en la calle Belgrano casi esq. Lima. En un principio la adaptación a nuevas costumbres y al idioma castellano, fue bastante difícil. No era sencillo acostumbrarse a otras modalidades utilizadas por la gene que trataban a diario, pero con el transcurrir del tiempo, tal vez con cierta lentitud, se integraron totalmente a la vida de la gran urbe porteña. Eliminado el problema idiomático (la primera gran dificultad), lo demás tuvo rápida solución para alegría de todos. La integración fue promisoria, las tres hermanas comenzaron a concurrir en compañía de su familia a paseos, fiestas, reuniones en clubes sociales, viajes de turismo.
En el campo de aviación de “Villa Lugano”
Transcurrían las épocas iniciales de nuestra aviación, emprendedores y visionarios argentinos querían emular la tarea heroica de ciudadanos de otros países: Wright, Zeppelin, Santos Dumont y muchos más, que se propusieron firmemente “volar como los pájaros”. A veces fueron objeto de burlas por todos aquellos que consideraban imposible “conquistar el aire”. Los muchachos criollos de entonces deseando afirmar esa inquietud de manejar esos instrumentos de vuelo, empezaron por informarse y aprender todos sus secretos. En ese campo de aviación de “Villa Lugano” hacían sus prácticas el inolvidable Jorge Newbery, Florencio Parravicini gran actor de cine y teatro y un apasionado por los deportes mecánicos. El teniente Manuel Félix Origone y otros. Don Rafael Giordano, su esposa, su hija, sus cuñadas y la familia de don Manuel Lemos concurrían con bastante frecuencia a los ensayos de vuelo que se hacían en el citado aeródromo, disfrutando de un muy agradable espectáculo. Corría el año 1910.
Las hermanas de Vittoria, y la boda de Lucia
Se acercaba el día de la unión en matrimonio de Lucía Giordano y Ángel Lemos, Antonina, Giulietta y Gabriela D’Olivi tías de la novia, se dieron a la tarea de organizar debidamente y supervisar todos los detalles importantes o no, relacionados con la fiesta que se avecinaba. Si bien los padres de ambos jóvenes tenían ya todo perfectamente planificado, el desempeño de las hermanas de Vittoria en esas circunstancias podría ser valioso y lo fue. Gran parte del éxito obtenido en el memorable festejo indiscutiblemente fue obra de las tres hermanas D’Olivi. Desafortunadamente, un epílogo trágico fue el triste corolario del esfuerzo, el amor ya indestructible unión de dos familias que lloraron juntas el lamentable episodio ocurrido en aquel nefasto día, 2 de abril de 1911, que tanto dolor y luto trajo a esas familias cristianas.
Pasó cierto tiempo, y las hermanas de Vittoria tras su profunda pena, decidieron abandonar el país para siempre, regresando a su pueblo natal a Salerno en suelo italiano. El apenado viaje se concretó el viernes 17 de noviembre de ese año. La historia guarda un especial recuerdo por estas abnegadas mujeres, para que las páginas de la posteridad sigan su camino infinito del más allá, que se esconde ignorado en el silencio de las almas buenas.
Por el mismo motivo los acongojados padres de Lucía, que no pudieron soportar la gran angustia de su desaparición junto a la de su joven esposo, también acordaron partir hacia el lejano continente europeo, al nunca olvidado lugar donde habían nacido, en busca de una ansiada paz y un reconfortante consuelo para sus agobiados espíritus. Jamás superarían el duro trance vivido, y ellos lo sabían. En esas circunstancias difíciles solo albergaban un prioritario anhelo, un poco de alivio para sus grandes pesares.
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