miércoles, 25 de julio de 2012
RECORDANDO A NUESTRO BARRIO
Si al entonar el tango “VILLA DEL PARQUE MI BARRIO QUERIDO”, nos detenemos en los versos de una de sus tres partes, donde expresa: “…visitar tus calles será mi consuelo / y vivir anhelos / de aquella niñez.”, notaremos que tal persona vio las mismas calles que hoy existen, pero con otra escenografía, con distinto paisaje. Ocurre siempre, en todas partes, los años todo lo transforma, y ciertos lugares aparecen ante los ojos de antiguos vecinos, totalmente irreconocibles…
Un claro ejemplo es la calle Teodoro Vilardebó (hasta 1919 se llamó Atalaya y Pedro Vilardebó desde el citado año hasta 1924, época en la que comenzó a denominarse con el actual nombre). Ubicada cerca y cruzando luego los “Hornos de ladrillos”.
De ese último tiempo evocaremos una anécdota quizás poco conocida de esa calle parquense. Transcurría el año 1938, de pronto, todo el vecindario advirtió la imprevista llegada de cuadrillas de obreros y grandes máquinas excavadoras, presumiblemente con el propósito de realizar importantes movimientos de tierra en dicha arteria aún no adoquinada y con un correntoso arroyo en uno de sus costados. Esa ruta de agua llegaba desde las vías del cercano ferrocarril, hasta su desembocadura en el conocido “Arroyo Maldonado”. Si al ser caudaloso, era bastante ancho, los pibes del barrio pescábamos ranas de todo tamaño, lombrices, sanguijuelas, y hasta anguilas, que insólitamente aparecieron y se reprodujeron en cantidad a través del tiempo. Tal vez algún vecino las trajo de otro lugar arrojándolas a ese arroyo donde lograron continuar su ciclo de vida…
Meses más tarde de aquel recordado año 1938, en el trayecto ya mencionado, y en el medio de la calle Viladerbó, se advertía una profunda excavación de aproximadamente cuatro metros, con un ancho de ocho. La iluminación nocturna consistía en faroles alimentados a querosén, los había de luz blanca, entre los que aparecían otros de luz roja para evitar eventuales accidentes. Para los que ya abandonábamos la adolescencia, ese lugar fue adoptado como sitio de reuniones diarias; para jugar a los naipes, fumar, hablar de fútbol y de chicas (tema infaltable). En aquellos tiempos, éramos casi en su totalidad hijos de inmigrantes europeos; dominantes, tercos, dueños de una moral a ultranza que no permitían el menor desliz de algún descendiente, y por supuesto hablar de sexo en el hogar era totalmente inapropiado.
Tíos, primos, y parientes mayores, leían el mismo libreto. Así las cosas, no nos quedaba otra alternativa que decidir entre nosotros, el modo de actuar frente al sector femenino. En Villa del Parque existía un solo albergue transitorio, instalado en el límite con el barrio de La Paternal, cerca de la Avenida San Martín, y cuyo nombre evocaba de manera plural a una planta de flores azules, considerada uno de los símbolos del amor. Hermoso sitio, pero imposible para nosotros.
Cuando inesperadamente se concretó la excavación nombrada, se hicieron algunas reuniones juveniles, para efectivizar el uso del lugar en horas nocturnas, para recibir alguna señorita que aprobara nuestra invitación “cariñosa”. Finalmente tuvimos éxito en nuestros deseo, pero no fue fácil eliminar el único inconveniente que teníamos, y era nada menos que el hombre que recorría cada cuadra durante todas las noches, llevando en una de sus manos una linterna, y en la otra un poderoso garrote (parecido a un bate de béisbol), con el que ahuyentaba a todo aquel que intentaba ocupar la zona a su cuidado. Alguien dijo haberlo visto concurrir, durante sus días libres, al Bar y Café de la calle Baigorria 3201, de donde salía completamente borracho. Con ese importante dato en nuestro poder, en cierto momento le propusieron darle el dinero suficiente para cubrir sus “orgías alcohólicas”, a cambio de permitir las nuestras muy distintas a las suyas, por un período aproximado de tres horas, ocupando determinado sector del amplio túnel de la calle Teodoro Vilardebó….
Han transcurrido muchos años desde aquel lejano 1938, y el recuerdo de aquellas inolvidables “travesuras juveniles", nos colma de nostalgias, y no podemos evitar que una picara y leve sonrisa ilumine por un momento nuestro rostro…
La antigua historia de Villa del Parque se hacía presente una vez más.
ISABELINO ESPINOSA
Un claro ejemplo es la calle Teodoro Vilardebó (hasta 1919 se llamó Atalaya y Pedro Vilardebó desde el citado año hasta 1924, época en la que comenzó a denominarse con el actual nombre). Ubicada cerca y cruzando luego los “Hornos de ladrillos”.
De ese último tiempo evocaremos una anécdota quizás poco conocida de esa calle parquense. Transcurría el año 1938, de pronto, todo el vecindario advirtió la imprevista llegada de cuadrillas de obreros y grandes máquinas excavadoras, presumiblemente con el propósito de realizar importantes movimientos de tierra en dicha arteria aún no adoquinada y con un correntoso arroyo en uno de sus costados. Esa ruta de agua llegaba desde las vías del cercano ferrocarril, hasta su desembocadura en el conocido “Arroyo Maldonado”. Si al ser caudaloso, era bastante ancho, los pibes del barrio pescábamos ranas de todo tamaño, lombrices, sanguijuelas, y hasta anguilas, que insólitamente aparecieron y se reprodujeron en cantidad a través del tiempo. Tal vez algún vecino las trajo de otro lugar arrojándolas a ese arroyo donde lograron continuar su ciclo de vida…
Meses más tarde de aquel recordado año 1938, en el trayecto ya mencionado, y en el medio de la calle Viladerbó, se advertía una profunda excavación de aproximadamente cuatro metros, con un ancho de ocho. La iluminación nocturna consistía en faroles alimentados a querosén, los había de luz blanca, entre los que aparecían otros de luz roja para evitar eventuales accidentes. Para los que ya abandonábamos la adolescencia, ese lugar fue adoptado como sitio de reuniones diarias; para jugar a los naipes, fumar, hablar de fútbol y de chicas (tema infaltable). En aquellos tiempos, éramos casi en su totalidad hijos de inmigrantes europeos; dominantes, tercos, dueños de una moral a ultranza que no permitían el menor desliz de algún descendiente, y por supuesto hablar de sexo en el hogar era totalmente inapropiado.
Tíos, primos, y parientes mayores, leían el mismo libreto. Así las cosas, no nos quedaba otra alternativa que decidir entre nosotros, el modo de actuar frente al sector femenino. En Villa del Parque existía un solo albergue transitorio, instalado en el límite con el barrio de La Paternal, cerca de la Avenida San Martín, y cuyo nombre evocaba de manera plural a una planta de flores azules, considerada uno de los símbolos del amor. Hermoso sitio, pero imposible para nosotros.
Cuando inesperadamente se concretó la excavación nombrada, se hicieron algunas reuniones juveniles, para efectivizar el uso del lugar en horas nocturnas, para recibir alguna señorita que aprobara nuestra invitación “cariñosa”. Finalmente tuvimos éxito en nuestros deseo, pero no fue fácil eliminar el único inconveniente que teníamos, y era nada menos que el hombre que recorría cada cuadra durante todas las noches, llevando en una de sus manos una linterna, y en la otra un poderoso garrote (parecido a un bate de béisbol), con el que ahuyentaba a todo aquel que intentaba ocupar la zona a su cuidado. Alguien dijo haberlo visto concurrir, durante sus días libres, al Bar y Café de la calle Baigorria 3201, de donde salía completamente borracho. Con ese importante dato en nuestro poder, en cierto momento le propusieron darle el dinero suficiente para cubrir sus “orgías alcohólicas”, a cambio de permitir las nuestras muy distintas a las suyas, por un período aproximado de tres horas, ocupando determinado sector del amplio túnel de la calle Teodoro Vilardebó….
Han transcurrido muchos años desde aquel lejano 1938, y el recuerdo de aquellas inolvidables “travesuras juveniles", nos colma de nostalgias, y no podemos evitar que una picara y leve sonrisa ilumine por un momento nuestro rostro…
La antigua historia de Villa del Parque se hacía presente una vez más.
ISABELINO ESPINOSA
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