martes, 15 de febrero de 2011
Tragedia y Misterio en el Castillo (XIII)
UNA NUEVA EMPLEADA: LA SEÑORA ROSARIO VELASCO (1925)
Fue en el año 1925 según la leyenda, cuando el castillo estuvo ocupado por una adinerada familia, quizás en esos momentos arrendataria del edificio (nunca quedó claro esa situación). Como primera medida, trajeron el personal doméstico que necesitaban: dos mucamas, una cocinera con su ayudante, dos jardineros y un chofer.
Comenzaron con sus tareas diarias, demostrando entusiasmo y dedicación, a la vez recibieron de sus patrones; buen trato, amabilidad y respeto. Finalizados los trabajos de cada día debían albergarse en la parte alta de la edificación. Transcurrieron algunas semanas sin novedades importantes, todo se desarrollaba normalmente, hasta que de pronto un día antes del amanecer ocurrió algo insólito y sorpresivo. Los servidores de la casa salieron despavoridos de sus habitaciones con sus rostros desencajados por el terror. Decían haber visto figuras horribles que avanzaban y luego desaparecían traspasando las paredes de manera increíble. El espectro de un hombre que aparentemente se había suicidado ahorcándose. También se oían pasos, ruidos extraños y confusos.
Todos coincidían en sus declaraciones manifestando que al encenderse las luces el silencio era total, pero al llegar la oscuridad volvían a presentarse las escenas antedichas. Los trabajadores, ante la incredulidad de los dueños de casa, invitaban a éstas personas a subir a los lugares donde en determinados momentos se desarrollaban situaciones tan tremendas, pero ellos con pueriles disculpas y motivos poco serios, se negaron siempre a cumplimentar el pedido de sus servidores: ¿miedo, preocupación? Por todo lo expresado, el personal renunciaba a sus tareas, y a los pocos días otros ocupaban su lugar, que por las mismas razones también se alejaban del castillo.
Fue entonces cuando sus ocupantes decidieron realizar una nueva prueba para tomar la servidumbre. Se contrataría esta vez a una sola persona ajena totalmente al barrio. Es decir, que ignorase lo que supuestamente sucedía en el edificio a determinadas horas, luego sacarían las debidas conclusiones. Para tal fin se comunicaron con unos amigos radicados en la provincia de Mendoza. Estos a su pedido arreglaron condiciones de trabajo y sueldo a percibir en Buenos Aires, con una atractiva y agradable mujer de aproximadamente 35 a 40 años de edad, que inmediatamente aceptó el ofrecimiento, partiendo enseguida hacia nuestra Capital, arribando a la estación Retiro un día por la mañana. Un taxi la acercó hasta el castillo iniciando rápidamente sus tareas domésticas. Cerca de las diez de la noche se retiró a su pequeña pieza en los altos del edificio. Estaba feliz porque le agradaba el trato cordial y respetuoso de sus empleadores, y ellos a su vez conformes con su labor de esa jornada.
Cansada quizás por el extenso trayecto efectuado desde su provincia, y por el trabajo realizado durante ese día, la señora prontamente se quedó dormida. Habían pasado algunas horas, según sus posteriores relatos, cuando le pareció oír el llanto de una mujer. Pensó que todo era producto de una pesadilla y volvió a dormirse. Despertó bruscamente al sentir que una mano helada tocaba su frente y sus mejillas, al mismo tiempo que veía claramente una figura cadavérica sentada en el borde de su cama. Gritó espantada pidiendo auxilio, y sin recordar como lo hizo contó después, que salió apresuradamente de ese tétrico lugar, y aterrorizada fue en busca de los dueños de casa que trataban de calmarla minimizando lo ocurrido, pero sin acudir al sitio donde aparentemente se planteaban esas increíbles situaciones. De ese modo nunca lograrían corroborar o desmentir los hechos, que eran similares a los relatos de otras personas que habían trabajado allí por tiempo antes.
La señora Rosario Velasco ya tenía una resolución tomada: abandonar esa casa embrujada a pesar de sentirse cómoda con su ocupación y con el trato recibido de parte de sus empleadores. Ellos también por su lado deseaban retenerla por estar conformes con su desempeño, y luego con el ambiente más calmado y tras una prolongada conversación, pudieron convencerla para que continuase a su servicio, acordando finalmente que se alojara en el barrio pero fuera de esa residencia después de cumplir con su labor diaria. No obstante de quedar firme ese convenio, la señora Rosario no aceptó permanecer allí hasta el día siguiente, y se retiró del lugar en una fría madrugada del mes de julio de 1925, sin querer oír a quienes le aconsejaban quedarse por lo menos un día más. Su incontrolable decisión de caminar sola por la zona en esas horas inadecuadas en busca de un hospedaje, tuvo sin dudas un premio. Sin rumbo fijo recorrió varias calles del barrio llamando al azar a las puertas de distintos domicilios sin el éxito esperado. Llegó finalmente y de manera casual a la casa de una familia que ubicó durante su itinerario. Después de ser atendida cortésmente y escuchando con atención su pedido, los dueños de esa propiedad le ofrecieron para residir en lo sucesivo, una habitación no muy amplia pero confortable, cedida primeramente sin cargo. Luego de algunas semanas y con la conformidad de ambas partes, se le adjudicó un pequeño alquiler.
La vivienda estaba situada en la calle Concordia 2327 entre Arregui y Santo Tomé. Por varios años fue inquilina en ese lugar mientras tuvo su ocupación en el castillo de la calle Campana, al que admiraba con sinceridad a pesar de haber pasado allí momentos preocupantes y misteriosos. Hablaba de él con orgullo, y a menudo manifestaba que le habría gustado estar presente en los tiempos de la boda de Lucía y Ángel, y disfrutar del espectáculo único de observar en medio de una oscura noche, al castillo totalmente iluminado ofreciendo su hermosa y colosal figura a los ojos embelesados de los habitantes de Villa del Parque
Fue en el año 1925 según la leyenda, cuando el castillo estuvo ocupado por una adinerada familia, quizás en esos momentos arrendataria del edificio (nunca quedó claro esa situación). Como primera medida, trajeron el personal doméstico que necesitaban: dos mucamas, una cocinera con su ayudante, dos jardineros y un chofer.
Comenzaron con sus tareas diarias, demostrando entusiasmo y dedicación, a la vez recibieron de sus patrones; buen trato, amabilidad y respeto. Finalizados los trabajos de cada día debían albergarse en la parte alta de la edificación. Transcurrieron algunas semanas sin novedades importantes, todo se desarrollaba normalmente, hasta que de pronto un día antes del amanecer ocurrió algo insólito y sorpresivo. Los servidores de la casa salieron despavoridos de sus habitaciones con sus rostros desencajados por el terror. Decían haber visto figuras horribles que avanzaban y luego desaparecían traspasando las paredes de manera increíble. El espectro de un hombre que aparentemente se había suicidado ahorcándose. También se oían pasos, ruidos extraños y confusos.
Todos coincidían en sus declaraciones manifestando que al encenderse las luces el silencio era total, pero al llegar la oscuridad volvían a presentarse las escenas antedichas. Los trabajadores, ante la incredulidad de los dueños de casa, invitaban a éstas personas a subir a los lugares donde en determinados momentos se desarrollaban situaciones tan tremendas, pero ellos con pueriles disculpas y motivos poco serios, se negaron siempre a cumplimentar el pedido de sus servidores: ¿miedo, preocupación? Por todo lo expresado, el personal renunciaba a sus tareas, y a los pocos días otros ocupaban su lugar, que por las mismas razones también se alejaban del castillo.
Fue entonces cuando sus ocupantes decidieron realizar una nueva prueba para tomar la servidumbre. Se contrataría esta vez a una sola persona ajena totalmente al barrio. Es decir, que ignorase lo que supuestamente sucedía en el edificio a determinadas horas, luego sacarían las debidas conclusiones. Para tal fin se comunicaron con unos amigos radicados en la provincia de Mendoza. Estos a su pedido arreglaron condiciones de trabajo y sueldo a percibir en Buenos Aires, con una atractiva y agradable mujer de aproximadamente 35 a 40 años de edad, que inmediatamente aceptó el ofrecimiento, partiendo enseguida hacia nuestra Capital, arribando a la estación Retiro un día por la mañana. Un taxi la acercó hasta el castillo iniciando rápidamente sus tareas domésticas. Cerca de las diez de la noche se retiró a su pequeña pieza en los altos del edificio. Estaba feliz porque le agradaba el trato cordial y respetuoso de sus empleadores, y ellos a su vez conformes con su labor de esa jornada.
Cansada quizás por el extenso trayecto efectuado desde su provincia, y por el trabajo realizado durante ese día, la señora prontamente se quedó dormida. Habían pasado algunas horas, según sus posteriores relatos, cuando le pareció oír el llanto de una mujer. Pensó que todo era producto de una pesadilla y volvió a dormirse. Despertó bruscamente al sentir que una mano helada tocaba su frente y sus mejillas, al mismo tiempo que veía claramente una figura cadavérica sentada en el borde de su cama. Gritó espantada pidiendo auxilio, y sin recordar como lo hizo contó después, que salió apresuradamente de ese tétrico lugar, y aterrorizada fue en busca de los dueños de casa que trataban de calmarla minimizando lo ocurrido, pero sin acudir al sitio donde aparentemente se planteaban esas increíbles situaciones. De ese modo nunca lograrían corroborar o desmentir los hechos, que eran similares a los relatos de otras personas que habían trabajado allí por tiempo antes.
La señora Rosario Velasco ya tenía una resolución tomada: abandonar esa casa embrujada a pesar de sentirse cómoda con su ocupación y con el trato recibido de parte de sus empleadores. Ellos también por su lado deseaban retenerla por estar conformes con su desempeño, y luego con el ambiente más calmado y tras una prolongada conversación, pudieron convencerla para que continuase a su servicio, acordando finalmente que se alojara en el barrio pero fuera de esa residencia después de cumplir con su labor diaria. No obstante de quedar firme ese convenio, la señora Rosario no aceptó permanecer allí hasta el día siguiente, y se retiró del lugar en una fría madrugada del mes de julio de 1925, sin querer oír a quienes le aconsejaban quedarse por lo menos un día más. Su incontrolable decisión de caminar sola por la zona en esas horas inadecuadas en busca de un hospedaje, tuvo sin dudas un premio. Sin rumbo fijo recorrió varias calles del barrio llamando al azar a las puertas de distintos domicilios sin el éxito esperado. Llegó finalmente y de manera casual a la casa de una familia que ubicó durante su itinerario. Después de ser atendida cortésmente y escuchando con atención su pedido, los dueños de esa propiedad le ofrecieron para residir en lo sucesivo, una habitación no muy amplia pero confortable, cedida primeramente sin cargo. Luego de algunas semanas y con la conformidad de ambas partes, se le adjudicó un pequeño alquiler.
La vivienda estaba situada en la calle Concordia 2327 entre Arregui y Santo Tomé. Por varios años fue inquilina en ese lugar mientras tuvo su ocupación en el castillo de la calle Campana, al que admiraba con sinceridad a pesar de haber pasado allí momentos preocupantes y misteriosos. Hablaba de él con orgullo, y a menudo manifestaba que le habría gustado estar presente en los tiempos de la boda de Lucía y Ángel, y disfrutar del espectáculo único de observar en medio de una oscura noche, al castillo totalmente iluminado ofreciendo su hermosa y colosal figura a los ojos embelesados de los habitantes de Villa del Parque
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