viernes, 27 de mayo de 2011

Tragedia y Misterio en el Castillo (XVII)

EL PALACIO EMBRUJADO

Con relación al último tramo de la parte XV de esta historia, cabe expresar que después de la conocida tragedia ocurrida sobre las vías ferroviarias de Villa del Parque y aproximadamente al cumplirse el primer aniversario de tan triste acontecimiento, comenzaron a comprobarse situaciones al margen de la normalidad: puertas y ventanas que se abrían y cerraban misteriosamente, caídas al suelo de floreros, frascos y elementos de la vajilla diaria, golpes en el piso en habitaciones totalmente vacías, imágenes de personas que traspasaban las paredes, ruidos extraños de origen desconocido, etc. Se efectuaron en distintas épocas varias investigaciones mediante la parapsicología, ciencia que estudia los fenómenos paranormales, aquellos considerados como manifestaciones sobrenaturales.

Una extrema curiosidad alteraba a todo el vecindario. También se acudió a otra corriente científica, el espiritismo, debido a que se pensó en determinado momento la utilidad de esa doctrina para comprender e ilustrar sobre los hechos raros y confusos que sucedían dentro del “Castillo de los Fantasmas” y sus alrededores.

En páginas anteriores se informa que alguien fue consultado para tal fin. Se ocupó del problema y dio luego una explicación creíble o no, pero de todos modos atendible y respetada: el “médium” señor D’Ángelo. En esas declaraciones decía puntualmente: “Todo humano posee un ser material donde se aloja su alma hasta el fin de su vida, luego abandona ese cuerpo y se transforma en una especie de envoltura etérea, invisible, que en ciertas ocasiones puede llegar a ser visible para nosotros, y además, advertir su presencia a través de la vista, el tacto y el oído. Los espíritus son distintos en cuanto a la moralidad, el poder y la inteligencia. Los hay de una clase superior por su perfección, amor al bien, pureza de sentimientos, y un claro acercamiento a Dios.

Otras, en cambio, aparecen en un plano inferior donde priorizan el orgullo, la envidia, la soberbia, complaciéndose en causar situaciones maléficas y malvadas a quienes aún pertenecen al mundo terrenal. Se los denomina duendes o espíritus impuros, capaces de entorpecer y causar desazón en el ánimo de cualquier encarnado. En esa equivocación que cometen se incluye también la producción de miedos y sobresaltos con el solo propósito de crear contratiempos, terror, discordia e infortunio, atrapados por mezquinas pasiones”.

Las afirmaciones del señor D’Ángelo continuaron así: “Es muy probable que los fenómenos paranormales observados en el palacio de la calle Campana hayan sido producto de la intervención de espíritus imperfectos, errantes, que aún no habían alcanzado la elevación y la pureza de las clases superiores”.

Quizás los mismos que impidieron de alguna manera el relato de la leyenda, que algunos periodistas intentaron iniciar durante las primeras décadas del pasado siglo XX, y que hoy (a pesar de la aparición de varias dificultades) se ha logrado finalmente su total narración.

UN EXTRAÑO Y CURIOSO EPISODIO

Año 1928 y el último mes lectivo de la escuela primaria “Caras y Caretas” situada en la calle Bahía Blanca 2246 cerca de una importante arteria; Jonte. Aproximadamente treinta alumnos asistían al curso de Tercer Grado. Eran chicos pertenecientes a los barrios de Monte Castro y Villa del Parque, debido a su proximidad con ese instituto de enseñanza. Todos integrantes de laboriosas familias de la zona y de modesta condición social, cuya máxima preocupación era la correcta educación de sus hijos.

Por su esmerada dedicación al estudio y el buen comportamiento durante todo ese año la maestra los premiaba con un viaje al interesante “Museo Histórico Nacional” y al “Parque Lezama”. Después de una hermosa clase sobre historia argentina la docente, Silvia Gold, hizo el anuncio. Los pequeños estudiantes recibieron con mucha alegría la feliz noticia. Llegó por fin el día indicado y en horas de la mañana de una excepcional jornada de primavera, estacionó frente a la escuela un amplio vehículo denominado en esa época “bañadera”, donde se instalaron cómodamente la totalidad de los niños que realizarían el paseo. El bullicio infantil, la sana alegría y la auténtica felicidad cubrían todo el ámbito del colegio y sus adyacencias. Nada hacía presumir alguna anormalidad o inconveniente, pues todo se desarrollaba de acuerdo a lo previsto.

Ya próximos a partir la algarabía reinaba dentro de aquel inquieto conjunto escolar. De pronto, algunos familiares de los chicos presentes iniciaron una conversación mencionando al trágico accidento ocurrido en 1911, donde perdieron la vida Lucía y Ángel. Luego de esa referencia, casi instantáneamente en las dependencias interiores de la escuela, el portero y su esposa alejados y ajenos a lo que sucedía frente al edificio, sufrieron una repentina descompensación con fuertes dolores de cabeza y vómitos. Varias personas que se acercaron solidariamente en su ayuda a los pocos instantes padecían de los mismos síntomas. Todo tuvo una duración aproximada de una hora. La oportunidad nula de acudir a los servicios médicos que no existían en la zona en aquellos tiempos quizás agravó la situación.

En definitiva, los chicos perdieron el paseo y la amargura se vio registrada en todos los rostros que no disimulaban su disgusto, frustración y justificada pena. ¿Qué es lo que había pasado?, ¿fue obra de la casualidad?, ¿hay alguna respuesta capaz de disipar dudas?. Lo cierto y real es que fue un extraño y curioso episodio.

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